La ley de la siembra y la cosecha se da en todos los estratos de nuestra vida, especialmente en la crianza de nuestros hijos. Si durante toda su niñez, nuestro hijos solo vieron apenas nuestra sombra, ya sea porque estábamos inmersos en el trabajo o en el ministerio, es difícil que los pilares de confianza aguanten ese torbellino de ideas, comportamientos y situaciones nuevas que trae la adolescencia.
Dios es muy claro en su palabra. Proverbios 22:8 dice “El que siembra maldad cosecha desgracias…”. Si aplicamos el versículo a este tema, podríamos pensar que el Señor nos quiere decir: “El que realiza poco esfuerzo en comunicarse con su hijo en sus primeros años, tendrá muchas dificultades en hacerlo cuando éste sea adolescente”.
¡Pero no todo está perdido! Siempre que estamos en una conferencia le decimos a la gente: ¡La adolescencia no tiene que ser una etapa complicada! ¡No dejes que te convenzan de ello! La adolescencia es el momento que más debemos disfrutar porque empieza una comunicación a otro nivel. Nosotros podemos dar testimonio de que es un deleite criar adolescentes. Nuestros hijos Paz, Fe y Juan Guillermo nunca entraron en una franca contienda ni entre ellos ni con nosotros. Y eso fue únicamente porque decidimos seguir, desde que ellos eran pequeños, el manual de crianza más exitoso: La Palabra de Dios.
Pero… ¿qué pasa si no hemos sembrado ese ambiente de confianza cuando nuestros hijos fueron más pequeños? Primero que nada, hay que revestirnos de paciencia, debemos tomar conciencia de los cambios que experimenta nuestro hijo/a al entrar en la adolescencia, y entender que es paso a paso como se construye un nuevo tipo de relación que reemplazará poco a poco la dinámica que se tenía anteriormente.
Hay que recordar que nuestro hijo sufrirá una serie de cambios ¡su ánimo tendrá unos altibajos a veces inexplicables! Sin embargo esto no quiere decir que sus reacciones de enojo signifiquen que debemos alejarnos de él o ella. Nunca es tarde para cultivar la comunicación, ¡procure conocer el mundo de su adolescente! Sumérjase en sus gustos, su música, sus amigos… Pero es fundamental hacerlo sin imponerse. Y por cierto: Respete sus silencios sin ignorarlos, esté dispuesto a hablar y a escuchar.
Sé que a veces puede haber temor o desazón, es natural porque recién estamos intentando un buen nivel de comunicación con ellos, pero tenga paciencia para conocer sus puntos de vista y tome en cuenta sus ideas… ¡Pero también respételas aun cuando no las comparta… y siempre y cuando no vayan en contra de nuestros principios cristianos! Allí se presenta un punto delicado ya que debemos pedir sabiduría de lo alto para que podamos explicar claramente por qué ciertas cosas no es posible negociarlas, ya que no se trata de nosotros como padres, sino que no van de acuerdo a los principios de Dios.
Otro punto muy importante respecto a no compartir las ideas que ellos tienen, es hacerles saber lo que nosotros opinamos sin ofenderlos ni humillarlos. Debemos entablar un diálogo (y ojo aquí, porque el diálogo es de dos) y propiciar una negociación en la que ambas partes estén de acuerdo. Hay que estar claros en esto: ¡No se trata de una competencia para saber quién gana!
Finalmente, nuestro consejo es que los valoremos como seres humanos por la importancia que ellos tienen para Dios, por lo que son y por lo que pueden aportar. La confianza debe de ser cultivada con un genuino interés por conocer y comprender al hijo/a y lo que él o ella tienen que decir. Una relación que se basa en el respeto es una relación que da la posibilidad de crear un lazo de amistad que les permitirá acercarse el uno al otro con confianza, sin temor a herirse.
Disfrute esta etapa de la vida de sus hijos, vuelvo a decirle que tenga paciencia y que pida sabiduría al Rey de Reyes. ¡Y no se deje amilanar si los resultados no son inmediatos! Recuerde lo que el Señor dijo a través de Pablo: No nos cansemos de hacer el bien, porque a su debido tiempo cosecharemos si no nos damos por vencidos. (Gálatas 6:9).