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La vida matrimonial está llena de diferencias y malentendidos, éstos provocan discusiones y lo siguiente es una inevitable sensación de malestar con tu esposo. ¿Te has preguntado alguna vez por qué tanta hostilidad con tu esposo? ¿Por qué lo tratas así? ¿Qué hay en él que te irrita y que no te deja amarlo, honrarlo y respetarlo? Ellos muchas veces no hacen cosas tan terribles para que las mujeres nos portemos así, tan hostiles e indiferentes, sin embargo de manera gratuita -y ocasionalmente de forma casi espontánea- salen cosas de ti que ni tú misma puedes creer.

Por eso vale la pena que te preguntes ¿A quién le pertenece tu corazón? ¿A tus rencores? ¿A tus dolores y frustraciones? ¿A tu pasado? ¿A Dios? ¿A quién?

Si tu corazón no le pertenece a Dios, pues ya tienes un primer e importantísimo detalle por resolver para empezar a tener un matrimonio como siempre lo has soñado. Tengamos en cuenta que entregarle tu corazón a Dios no es un tema de religión ¡es un tema de relación! Es decir que acercándonos genuinamente a ese Dios al que todos conocemos desde muy pequeñas, inevitablemente se desata en nosotras el gozo, la paz y todo fruto bueno. ¡No importa cuál sea la circunstancia!

NUESTRAS PALABRAS CONSTRUYEN ¡O DESTRUYEN!

Y es importante también que lo mires desde esta perspectiva: Si no cuidas tu corazón, no te incomodará rodearte de amigas que siempre estén hablando mal de su pareja cada vez que comentes alguna situación difícil entre tú y tu esposo (¿acaso no pasa seguido?). Cada vez que nos juntamos con las amigas en una reunión cualquiera, basta con que una de nosotras diga: “¡Ni te imaginas lo que hizo mi esposo…!” …para que cada una diga lo perverso que fue su marido en cierto momento. ¡Ponemos una parrilla y los freímos a todos! Les damos vueltas y nadie se salva, ¡todos quedan bien cocinados en nuestra parrilla!

Aun dejamos que nuestras amigas se rían de las debilidades de nuestros esposos ¡Es increíble! Pero lo cierto es que a ninguna de nosotras nos gustaría que nos pongan en esa misma parrillita, que también “nos den vueltitas” y se burlen de nuestras reacciones o quizás de nuestras debilidades. Y menos aun nos gustaría que ellos se vayan a la casa de su mamá y conversen con ella o con sus hermanas acerca de todo lo que ha estado pasando con nosotras, ¡cuando nosotras sí lo hacemos!

Pero… Uhmmm… déjame ver… ¡Wow! ¡Qué sorpresa! Aquel de quien estamos haciendo escarnio es nada menos que ¡el Rey y Sacerdote de la casa…! Y ahora, a ese hombre bendecido por Dios, lo estamos bajando al nivel de un payaso porque lo único que hace es ser nuestro entretenimiento en esa conversación. No cabe duda que a veces nos olvidamos quiénes son ellos: El hombre con quienes hicimos pacto y a quien prometimos honrar hasta el fin de nuestra vida.

Si no cuidas tu corazón, recordarás por mucho tiempo (y créeme que puede ser para siempre) las ofensas que alguna vez recibas de tu esposo en una riña, y eso -tenlo por seguro- no te permitirá avanzar en la vida. No cuidar tu corazón implica darle paso a todos los comentarios y pensamientos que resulten nocivos, por más que éstos parezcan “inofensivos”.

COSECHAMOS SOLO LO QUE SEMBRAMOS

Empleando el principio del dar, sabemos que toda siembra traerá una cosecha, así que te animo a cambiar cualquier situación sembrando semillas de amor, honra y respeto; y verás que el fruto será tal que el gozo llenará tu corazón y tu matrimonio. La clave está en dejar de poner los ojos en ti misma y enfocarte en tu prójimo (es decir, tu esposo).

Debes desechar los pensamientos “todo lo hago yo” y “estoy cansada de ser siempre la única a la que le importan las cosas”. Debes dejar de pensar que nadie valora lo que tú haces. Estamos en una época en que muchos hogares, en vez de ser un lugar de descanso y armonía, son un lugar de críticas, malestar, rechazo y descontento. El libro de Santiago, en la Biblia, nos habla de una herramienta que podemos utilizar para la más amorosa bendición o para la más mortífera maldición: La boca. Es ella la que puede convertir nuestro corazón, y por ende nuestro hogar, en esa gran cacerola de críticas, quejas, rechazo y descontento.

Es asombroso cómo muchas mujeres se esfuerzan más por causar una buena impresión en los extraños que por intentar causarla en la persona que supuestamente debe ser la más importante para ella: El hombre de su pacto, su esposo, su amado.

¿Por qué cuando se trata de él es tan difícil…? Cuando mis amigas me cuentan cosas que hacen y dicen sus esposos, no me parece que sus dolores y ofensas sean tan justificados y extiendo misericordia hacia sus esposos. A ellas las animo a que los perdonen ¡porque no es para tanto! Pero cuando me ocurre a mí… ¡lo quiero ahorcar a mi esposo y pienso que no merece misericordia alguna!

¿Te parece una situación familiar? ¡Seguro que sí! Es familiar para innumerables mujeres que día a día deciden -conscientes o no- complicar la comunicación con su esposo. Pero hay algo muy interesante que debes saber. Cuando te ocurre algo así el dolor siempre será más intenso porque la persona que te está fallando no es cualquier persona, ¡se trata de la persona que Dios puso a tu lado para siempre! ¡Es por eso que te afectan tanto las cosas tan simples, pierdes el control y luego te cuesta recuperarlo!

Si entendemos esto con la mente y con el corazón, podemos estar mejor protegidas y podemos cuidar mejor nuestro corazón. Y podemos ver con más claridad que las cosas no son tan graves como parecen, sino que se extienden -así como el eco- y de un sonido se prolongan varios más.

Te animamos a que cambies tu manera de pensar con respecto a tu esposo. Ante la pregunta ¿cómo hacer feliz al esposo? La respuesta tiene muchos ángulos. Hoy hemos visto solamente lo que toca a nuestro corazón. ¡Pero aún hay más!

Esas otras perspectivas las podrás encontrar en el libro “Cómo hacer feliz al esposo”. ¡Anímate a dar un paso que transformará la vida de toda tu familia!

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